Fajalauza es, sin duda alguna, parte esencial de la memoria de esta ciudad. Memoria del espacio físico, memoria de los objetos que se identifican con un nombre tan precioso, memoria de la evocación que suponen esos objetos y memoria de la identidad que los mismos han dado a Granada y sus gentes. La memoria colectiva y el espacio se hermanan. Las construcciones, las piedras, las calles, los caminos, los hitos urbanos fijos e inmóviles y sus persistencias, configuran una unidad con identidad y sentimiento propio.
La sabiduría de las manos maestras del alfarero que son las que le dan vida a la arcilla con cada una de sus pinceladas preciosas y precisas, definiendo cada objeto con nuestro mayor símbolo de “lo granaíno”, capaz de traspasar los siglos y las fronteras con una materia prima sacada de nuestra propia tierra. Sencilla, a doble color o “repintá”, ha sobrevivido a los avatares de la historia por el trabajo constante del artesano.
La Fundación Fajalauza se ha lanzado al rescate de una de nuestras principales joyas identitarias consiguiendo la fábrica de la carretera de Murcia, se convierta auténtico templo de esta cerámica, como Centro de Interpretación de la cerámica granadina, más allá del souvenir turístico, o lo puramente etnológico que nos permite, mantenernos con los pies «y las manos” en la tierra.